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Esta historia comienza en 1940, pocos meses después del fin del enfrentamiento armado de un conflicto civil que deshizo España y Cataluña, rasgó cientos de miles de vidas y empobreció a varias generaciones.
El fin del sonido de las armas, como suele ocurrir, no trajo la paz. Porque la paz es mucho más que la ausencia de guerra: exige justicia y reparación, y eso, precisamente, es lo que no existía durante la posguerra. Los años cuarenta y cincuenta fueron años de plomo de nuestra historia contemporánea, marcados por la falta de oportunidades y recursos de todo tipo, empezando por la comida, que golpeaba a las clases populares. Entre estas carencias estaba también la de la educación y los conocimientos técnicos: en 1940, aproximadamente un 25% de la población mayor de diez años era analfabeta (unos 9 millones en una población de 26 millones), lo que limitaba enormemente su autonomía y posibilidades de desarrollo.
Muchas de estas personas vivían en entornos rurales y, debido al hambre y la falta de recursos durante y después de la guerra, empezaron a migrar hacia las grandes ciudades del Estado. Entre ellas, Barcelona, una ciudad que reanudó su recuperación económica con mayor empuje que otras regiones una vez instaurado el régimen franquista, y que reactivaba su desarrollo industrial interrumpido durante la guerra. Reabrían la actividad muchas empresas ya establecidas, como La Maquinista Terrestre y Marítima, la Hispano-Suiza, Foret...
Al llegar a Barcelona, los hombres y mujeres procedentes del campo se encontraban con un entorno laboral desconocido, que exigía a menudo conocimientos técnicos y habilidades básicas como saber leer y escribir. La falta de estos conocimientos dificultaba enormemente su integración en un modelo económico industrializado que se extendía rápidamente y que, en pocos años, se convertiría en hegemónico en la ciudad. La precariedad con la que se instalaban miles de familias -a menudo en barrios irregulares, sin servicios ni atención por parte de las administraciones- creaba un contexto duro y adverso.
Es en este contexto que la Hermandad de Ingenieros Industriales, conocedora de las necesidades de las empresas en las que trabajaban sus miembros, pide a la Compañía de Jesús poder utilizar los locales de la escuela que había fundado en el Clot en 1900, para establecer una escuela profesional. Así nace la Formación Profesional en Jesuitas El Clot, que desde entonces ha acompañado a decenas de miles de jóvenes en la construcción de su futuro profesional. La escuela del Clot existía ya desde 1900, y desde el principio había sido un punto de encuentro para ofrecer oportunidades a quienes más lo necesitaba: bachilleratos nocturnos para trabajadores, cursos de alfabetización… todo vinculado a una comunidad cristiana muy activa, atenta a las necesidades del barrio del Clot y de los alrededores.
La escuela del Clot, en 1940, renacía literalmente de sus cenizas, ya que había sido quemada y arrasada durante la Guerra Civil. Y lo hacía con una apuesta clara: ofrecer acompañamiento a quien más lo necesitaba, poner el conocimiento al alcance de los trabajadores, y formar a obreros cualificados para las empresas del barrio y de las que se irían instalando en las décadas posteriores.
la Hermandad de Ingenieros Industriales, conocedora de las necesidades de las empresas en las que trabajaban sus miembros, pide a la Compañía de Jesús poder utilizar los locales de la escuela que había fundado en el Clot en 1900, para establecer una escuela profesional. Así nace la Formación Profesional en Jesuitas El Clot
La visión clara y anticipada de los Ingenieros y Jesuitas sobre las necesidades educativas, formativas y laborales del barrio y de la ciudad marcó un punto de inflexión en la vida de miles de hombres. Gracias a los conocimientos que adquirieron, muchos pudieron trabajar y transformar el tándem escuela-empresa en un auténtico ascensor social que les ayudaría a salir de las barracas en las que vivían, a ofrecer más seguridad y mejores condiciones a sus hijos e hijas y, en definitiva, a construir una vida con más oportunidades. Esto significa, en el fondo, una vida más justa.
Ambas instituciones se unían decididamente para construir futuro desde la nada, con la firme voluntad y el compromiso de que la educación y la formación son esenciales para mejorar la vida de las personas y empoderarlas. De las cenizas de la escuela, a convertirse en un polo de conocimiento técnico de referencia.
"La Formación Profesional no es una opción de futuro. La Formación Profesional es el futuro."
Así lo afirmaba Joaquim Molina, actual director de la escuela Jesuita del Clot, durante el discurso de celebración del 85 aniversario de la Formación Profesional en el centro, hace sólo unas semanas. Puso en valor cómo, ahora más que nunca, los estudios profesionalizadores son un camino de oportunidad para miles de jóvenes que buscan su sitio en el mundo, y que quieren hacerlo con curiosidad, compromiso y vocación. Ahora, como hace ochenta y cinco años, aprender un oficio, hacerlo en contacto con la sociedad y con su tejido económico, significa un cambio de paradigma para muchas vidas. Gracias a la Formación Profesional, estos jóvenes pueden construir un futuro con sentido, raíces y horizonte.